Una vez mi profesor de la práctica clínica mencionó que estuvo con una estudiante «genio». Literalmente usó esa palabra. Decía que cuando le preguntaba sobre alguna patología, ella lo explicaba con ahínco: utilizaba una precisión y detalle en la anatomía y fisiopatología de la enfermedad, que él terminaba anonadado, llegaba a emocionarse por el entendimiento increíble que ella tenía.
Cuando contó esa historia, lo primero que invadió mi mente fue: «me gustaría ser como ella», e inmediatamente después: «yo soy capaz de hacerlo, pero ahora no lo estoy demostrando». Muchas veces ese mismo profesor me preguntaba sobre un tema de materia y no me acordaba o cometía errores al contestar, y eso no me hacía sentir muy bien, creía que no estaba en mi mejor momento o que simplemente no me esforzaba lo suficiente, y pensé por un rato: «le demostraré que puedo ser como esa estudiante, o por lo menos acercarme a su capacidad». Para muchos no le encuentran ningún problema a ese pensamiento, seguro considerarían que es bueno, porque quería crecer como estudiante, superarme y ver de lo que soy capaz, ¿no? Sin embargo, minutos después apareció otro pensamiento, una voz que me dijo: ¿y para qué?
Algunos dirán que era la mediocridad, la zona de confort, otros dirían que es mi voz saboteadora: «¿para qué gastarse en algo de lo que en verdad no puedes lograr?» Pero no, todo lo contrario, yo diría que en ese instante me habló una de mis voces más sabias, por más sorprendente que suene. Era la voz que buscaba mi verdadero bienestar.
¿Para qué? ¿Cuál era el objetivo?
Creo que muchas veces nos hacemos esta pregunta, pero también no la realizamos en variadas ocasiones en las que sí deberíamos cuestionarnos ¿Cuántas veces hemos gastado energía en cosas que no nos hacía bien, o que lo hacíamos en piloto automático? Creo que pueden vislumbrar un poco a lo que voy con esto.
¿Para qué quería realizar ese esfuerzo? ¿Quería demostrarle a mi profesor o a los demás que soy genial, que soy la mujer maravilla? ¿Para demostrar que valgo como persona o que no soy alguien común o mediocre, que no soy parte del montón? O tal vez, ¿para sentirme bien conmigo misma según la opinión de los demás? Porque si lo piensas a fondo, ¿de qué sirve ser una enciclopedia en este caso? ¿Estoy estudiando para ser un Google parlante o para estar al servicio de las pacientes con mi conocimiento? ¿Necesitan una IA o una persona que las ayude y empatice con ellas y que puedan resolver sus problemas de salud?
Además, no estaba observando el panorama completo: ¿Qué pasa si esa estudiante era estupenda en la teoría, pero era tímida, o no escuchaba de manera correcta a una paciente, o en los procedimientos prácticos no era tan hábil? ¿En qué estoy colocando el foco ahora?
Tener claro nuestro enfoque
Aunque este era un ejemplo relacionado con el área de la salud; en el proceso creativo o incluso en las acciones de nuestra vida ocurre exactamente lo mismo. A veces actuamos sin pensar o seguimos proyectos adelante sin cuestionarnos la razón por la cual hacemos las cosas.
El origen de la palabra «enfoque» es curioso. Significa «la acción de conducir la concentración a alguna cuestión» y se compone de los prefijos in (hacia el interior) y focus (lugar donde se prende fuego o, más bonito aún, hogar o chimenea).
Esa vocecita de mi cabeza que me ayudó a mirar las cosas con claridad, a observar mi llama o mi luz interior, me recordó que mi carrera universitaria dejó de ser mi única prioridad, que no estaba colocando la misma energía o empeño que antes porque ahora esa misma energía la tengo repartida en mis proyectos personales también; no estaba siendo más perezosa. De alguna manera, logró acallar mi voz autoexigente que a veces puede hacer mucho daño, y creo que más de alguno sabrá qué se siente ser tu propio crítico todo el tiempo.
Es posible que ahora te sientas perdido/a, que no tienes el foco claro. Si últimamente te encuentras en una encrucijada, o peor aún, en un ambiente oscuro y sin opciones, lo que te puedo aconsejar es que empieces a cuestionarte. Se escucha sencillo pero no lo es. Yo tuve que pasar por una crisis de identidad y existencial muy fuerte, pero no es necesario que pases por lo mismo. Tienes que preguntarte a veces por qué haces las cosas actualmente: ¿Esto me lleva a lo que quiero hacer con mi vida? ¿Lo que estoy haciendo ahora me hace bien? ¿En verdad quiero hacer esto o actúo según como los demás quieren que actúe? ¿Esto me hace sentir bien? ¿Me siento yo mismo/a cuando lo hago?
Ya no me conozco
Si sientes que ya no te conoces en el día de hoy, que has cambiado mucho, que ya no tienes claro lo que quieres; entonces, es momento de autoconocerse, de reconectar contigo mismo/a. No es fácil e incluso requiere otro artículo para ahondar en eso, pero es un proceso constante. Somos seres dinámicos, vamos cambiando junto con el mundo. No es malo, pero da miedo, lo sé, yo estuve en tus zapatos. Así que, espero poder ayudarte y si mi contenido no es suficiente, o incluso tu malestar y confusión se está volviendo incontenible, te recomiendo ir a terapia, en verdad ayuda mucho. Lo digo en serio, te lo recomiendo con toda la buena intención.
Espero que encuentres algún día tu hogar o chimenea interior. Lo bueno de la chimenea, es que tiene diferentes llamas de fuego, no necesariamente tienes un fósforo interior, pueden ser muchos y diversos, nunca se sabe.
Además, sentir ese fuego interior es maravilloso. Te lo garantizo.
Gracias por leerme querido curioso/a. Nos vemos en el siguiente escrito. Puedes leer el anterior AQUÍ.